Durante la Guerra Civil Barcelona fue la primera gran ciudad de occidente que pese a encontrarse en la retaguardia sufrió bombardeos aéreos sistemáticos y masivos contra objetivos no militares durante dos años. Esta circunstancia hizo que las instituciones y la población barcelonesas se movilizaran rápidamente para construir y habilitar túneles y cámaras subterráneas como medio de protección ante esta amenaza inédita (Besolí, 2004).
El primer ataque sobre el núcleo urbano tuvo lugar durante la noche del 13 de febrero de 1937. En realidad, esta primera agresión el objetivo perseguido era, aparentemente, la fábrica de material bélico Elizalde, sin embargo, los obuses cayeron principalmente sobre el barrio de Grácia, provocando 18 víctimas mortales y dos decenas de heridos. Desde esta fecha y hasta la caída de Barcelona, el 26 de enero de 1939, la ciudad sufrió un total de 194 bombardeos, la mayoría aéreos. Se calcula que el número de víctimas fue de unos 2500 muertos y una cifra cercana a los 3200 heridos.
En Barcelona la defensa pasiva ante la amenaza de los bombardeos se materializó en la construcción de cerca de 1400 refugios antiaéreos, y la defensa activa promovió la creación de varias defensas antiaéreas. Los principales núcleos de antiaéreos se encontraban en las cimas de Sant Pere Màrtir y de la montaña del Carmel. En estos enclaves aún se conservan restos de los búnkeres y de las plataformas de los cañones. Otros núcleos de artillería, hoy desaparecidos, se emplazaban en la montaña de Montjuïc y en el Camp de la Bota, hoy el Forum de las Culturas 2004. Además, existían numerosas ametralladoras y cañones de pequeño calibre instalados en azoteas y otros puntos elevados.
Estas baterías antiaéreas emplazadas en diferentes cotas de la ciudad se mostraban ineficaces para hacer frente a los poderosos bombarderos italianos S-79, capaces de arrojar hasta 1250 kg de bombas por unidad, y que atacaban tanto desde el mar como por la retaguardia. Además las defensas antiaéreas y la aviación republicana debían sopesar el riesgo de disparar y abatir aviones sobre el núcleo urbano.
El Turó de la Rovira en el Carmel es donde estuvo el primer nido antiaéreo.L a batería fue instalada en la colina en junio de 1937 por iniciativa de la recién creada Defensa Especial contra Aeronaves, organismo responsable de contraatacar a los bombardeos de los rebeldes franquistas, ayudados por la aviación alemana e italiana y por su flota. Algunas de las edificaciones que se construyeron fueron el arsenal, los cuartos de los artilleros, el puesto de mando y la estructura donde se asentaban los cañones. Todavía pueden verse las muescas de los anclajes de los cañones. Estas construcciones se reutilizaron como vivienda precaria a partir de 1948, con la gran oleada de inmigración.
Aunque aún se investiga su alcance, se sabe que hubo entre dos y siete cañones Vickers de 105 milímetros, de tecnología británica, fabricados en 1923, con un alcance de entre 7 y 13 kilómetros. También se investiga la eficacia real de sus contraataques y se comprueba si desde el Turó de la Rovira se abatió un avión alemán.
Sin ninguna duda, la herencia que ha permanecido indemne de defensas y refugios antiaéreos constituye hoy un valioso patrimonio de nuestro pasado, ya que permanece no sólo como un vestigio histórico de un pasaje triste y penoso de la historia moderna de la ciudad, sino también como un testimonio de las voces de miles de personas que defendieron heroicamente sus hogares ante los constantes bombardeos enemigos. Desgraciadamente, hasta hace unos pocos años, este patrimonio no gozaba de un reconocimiento a nivel social e institucional, sin embargo se aprecia un progresivo interés y algunos ejemplos de defensas pasivas están siendo restaurados, permitiendo que vuelva a nacer la esperanza de un reencuentro entre los barceloneses con su pasado reciente. Quizás el futuro Museu d'Història de Barcelona (Muhba) lo facilitará.
Texto: Laura Fernandez
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